Crecí, pero siempre seré una nena cuando algo me apasione,
me emocione, me ilusione. Cuando mamá me haga el desayuno por las mañanas o
cuando papá me dé el beso de las buenas noches antes de dormir.
No sé cuántas velas soplo este año, pero lo que sí sé, y de
lo que estoy segura es que voy a disfrutar cada simple detalle y cada mínima
sorpresa como si tuviera 5 años, y viera todo como si fuera la primera vez.
Crecí, y sin embargo, cada vez que me abrazan me parece especial
y único, como si me volviera a reiniciar, como si todas mis partes rotas se
volvieran a unir. Cada vez que me besan, es como un mimo al alma, una conexión
efímera pero sincera. Cada vez que cruzo miradas, sí, digo miradas porque las
miradas no hace falta verlas para saber que existen, basta con sentirlas al igual
que las sonrisas, siento una complicidad tan auténtica, tan pura, tan real.
Crecí, pero me sigo enamorando de las películas románticas, y
los finales felices. Me sigo muriendo de risa en un ataque de cosquillas. Sigo
llorando cada vez que mis amigos cumplen sus sueños.
Y sí, crecí, y me equivoco mucho más que antes, pero sé
pedir disculpas y perdonar, no sólo a los demás, sino también a mí misma.
Sé que me ves como a una más, pero tenés que saber que no
soy la misma de ayer, sabés por qué? Porque crecí, pero sigo siendo la misma
soñadora de siempre.
Y hoy puedo decir que tengo los años suficientes para saber
querer a mi familia y mis amigos sobre todas las cosas, y antes que a ellos, a
mí, sí, a mí, porque si no tengo amor propio, como puedo tenerlo para los
demás?