Están las miradas llenas de felicidad, llenas de vida. Esas
miradas que inspiran confianza, complicidad. Esas risueñas, enamoradas. Esas
que consuelan, acarician, abrazan y por qué no, también besan. Esas dulces,
transparentes, que ablandan hasta el corazón más duro.
Pero también, están las miradas tristes, las que esconden
dolor. Esas miradas vacías, llenas de rencor y odio, miradas que asustan,
hieren, lastiman. Esas misteriosas, perdidas, indiferentes.
Asimismo, hay otras miradas que pocos ven, que pocos quieren
ver. Miradas quizás dormidas, difíciles de descifrar. Miradas que pocos tienen
el privilegio de tener. Miradas que saben, que no se ve bien sino con el
corazón. Miradas que saben, que lo esencial es invisible a los ojos.
El mundo, está lleno de miradas bellas, profundas, deseosas
de ganas de vivir. Ilusionadas, con ganas de ver, de descubrir magia.
Si alguna vez te cruzas con estas últimas, no las dejes ir, llénate
de su autenticidad, su esencia. Míralas como si fuese lo último que vas a ver
en tu vida, porque esas, sin dudas, van a ser las que salven el mundo.