En cada una de ellas, se refleja un poquito de nuestro ser, ya sean
creencias, valores, actitudes, y la manera de pensar. Con cada una, intentamos llegar
a ser la persona que realmente queremos ser. Y sí, más de una vez, tomamos decisiones
pensando en las necesidades de los demás, cuando en realidad, sólo importa lo
que a nosotros nos hace bien, lo que a nosotros nos hace felizes. Esto no quiere decir que
seamos egoístas, sino que elegimos seguir nuestro instinto, escuchar al corazón y correr
el riesgo.
Así como hay decisiones fáciles de tomar, también están las
difíciles, las que obviamente traen consecuencias que llegan a definir muchos
aspectos de la vida. Generalmente, estas decisiones, suelen venir con varias
opciones, por lo que se nos hace complicado elegir.
Una buena manera de tomar la decisión correcta es valorando
quiénes somos, y reconociendo nuestras debilidades y fortalezas, y sobre todo, cuáles son nuestros deseos y valores ante la vida.
Cada decisión implica
cambios, por lo que aparecerán los miedos y las dudas, pero nadie más que nosotros mismos sabemos si fue la mejor elección.
Y sí, podemos equivocarnos, no nos olvidemos que de los errores se
aprende y que gracias a ellos nos llenamos de experiencias y sabiduría.
Nadie más que nosotros mismos, elegimos si ser el protagonista de nuestra vida,
o un simple espectador. Así que lloremos si lo necesitamos, enojémonos cuando haga
falta y alejémonos lo necesario para poner en orden las ideas. Evitemos decisiones
impulsivas y tendremos menos cosas de las que arrepentirnos.